Crítica
teatral
Trinidad
La pasión, el
amor y el número tres
Por Raúl Galache García
Autora:
Ana Fernández Valbuena.
Dirección
de escena: Laura Esteban.
La
Nao 8.
Tres
mujeres deseando amar y amarse; una capital de provincias (“ciudad pequeña,
infierno grande”) en la España de la posguerra; la búsqueda de un huequecito al
abrigo del mundo. Con estos cimientos, Laura Estaban erige el edificio de Trinidad, drama de amor en tiempos de
cuchillos escrito por Ana Fernández Valbuena.
Sole,
modista aplastada por las tiendas de “prêt-à-portrer”, y Trini, su oficiala,
protegida y amada, viven su amor al resguardo de una buhardilla. Los días pasan
entre miseria y ternura; entre privaciones y sueños; entre amor y hambre. La
esperanza se les presenta con Ángela, una antigua clienta de Sole, mujer de
clase alta recién liberada de la dictadura del matrimonio. En seguida Trini se
da cuenta de que lo que Ángela busca no es aliviarse el luto, sino la vida; y,
para vivir la que desea, la ha elegido a ella.
A
partir de aquí, el drama se vuelve triangular, aspecto esencial de la obra que
Esteban subraya con la escenografía y con los movimientos de las actrices por
medio de triangulaciones sutiles que inciden en la tensión creciente entre los
personajes. A estos, a los personajes, se les concede el peso del montaje.
Demuestra esta joven directora llamativa madurez al saber esconderse tras
ellos, sustentarlos, permitir que la historia se desenvuelva lejos de
lucimientos personales, como a menudo vemos en montajes donde el director se
empeña en dejar una marca que es más pisada que huella. No es el caso de Laura Esteban.
La iluminación, el espacio sonoro y el escénico no son sino marco de una
historia de emociones intensas y a menudo contrapuestas. Las soluciones a las
dificultades que ofrece el texto son siempre elegantes y acertadas. Pero,
siendo así, ha de destacarse el soberbio trabajo de dirección de actrices. El
modo en que Sole y Trini se acarician, se miran y se abrazan; la burbuja que
entre las dos crean, a la que Ángela no puede acceder por más se abra su propia
puerta; el cambio que da esta última del primer al segundo acto (del negro al
rojo); el duelo final entre Sole y Ángela; y la despedida, la preciosa
despedida; todo, en suma, muestra una dirección esmerada, donde nada se ha
dejado al azar, desde el modo de hablar hasta la forma de coger el cigarro.
De
igual forma, Anaïs Bleda (Sole), Natalia Llorente (Trini) y Mery Gregorio (Ángela)
se entregan al montaje como peces en busca del mar. Su trabajo demuestra amor
por el personaje y fe ciega en el equipo. Por eso las tres vibran con
intensidad durante todo la obra. Es la suya, la de las tres, ante un texto
exigente, una actuación limpia y bien resuelta. Bleda despunta en este conjunto
bien armado, pues dota a Sole de un carácter fuerte y quebradizo a un tiempo,
de una personalidad sobre la que finalmente pivota la trama.
Gracias
a todo ello, al espectador se le permite quedarse en la anécdota o marcharse
del teatro pensando en los muchos temas que la obra señala: la dignidad frente
al dinero, el dinero y su capacidad para mancharlo todo, la fuerza de las
convenciones. Este último, a nuestro juicio, es el tema central de la obra. La censura
de la España de los años 60 no solo debía de ejercerla el poder, sino buena
parte de la sociedad; una España en la que los dos bandos existen, donde, al
final, los que ganaron siguen ganando y los que perdieron la siguen pagando de
un modo u otro; donde Ángela, que no es mala, tiene dinero y Sole no; y punto.
La condición de cada una de ellas, de hecho, ya viene marcada por su nombre, de
claro valor simbólico: Sole,
independiente, pero destinada al sacrificio de la Soledad; Trini, quien intenta
hacer posible el milagro de tres personas en una; Ángela, la enviada del cielo,
que no deja de porvenir de las alturas.
Trinidad puede verse como un drama de amor
homosexual en tiempo de represión, pero lo cierto es que esa visión limita la
hondura de la obra. Si algo denuesta Ana Fernández Valbuena con su texto y
Laura Esteban con su montaje es que en un mundo donde solo cabe el dos —dos
bandos, dos opciones—, el tres y lo diferente no tienen hueco. La directora parece
ser consciente de ello. Por eso cuenta esta historia: porque su pasado es parte
de nuestro presente.
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